De palacios, hidalgos y villanos
La tarde estaba preciosa, nos acercamos a la Plaza de España ocupada por estructuras de fiesta. Una joven se acercó, nos preguntó de qué se trataba, parecía una fiesta tailandesa con cometas blancas y un ring de boxeo. No supimos responderle, la joven deseaba quedarse, pero las prisas le hicieron desistir e informarse online. Continuamos nuestro paseo. Un grupo de “iluminados” vociferaban a favor de Cristo y de su aceptación para vivir mejor. Luego regalaban una postal con el famoso beso del marinero a la enfermera que celebrara el fin de la segunda guerra mundial el 14 de agosto de 1945 en Nueva York. Ojalá el fin de las malditas guerras fuera cierto, que todas tuvieran su fin con beso o sin beso. Después, gentes del grupo nos persiguieron con la intención de realizarnos una encuesta personal. Al negarnos, llegó la paz y el silencio y seguimos caminando.
Nos encontramos cortado el camino por obras sin poder acceder a los Jardines Sabatini. Lo intentamos con el Palacio Real pero todo estaba acordonado para acceder a Palacio y a sus estancias exteriores; sin embargo, a lo lejos había gente de todas las edades y países en actitud de espera. Hay qué ver cómo han crecido el número de turistas en Madrid, están por todas partes, se diría que les gusta con delirio lo español y lo que representa la capital.
Vimos los Jardines de Sabatini de lejos, nos acercamos a un joven de seguridad que informaba con alegría a todo el que preguntaba. El acordonamiento era por un evento del Rey. Un evento europeo. A pesar de que algunas instituciones andan con mala fama, se celebraba en el céntrico Palacio Real del siglo XVIII, residencia de la familia real española, no habitado con normalidad, y sí a las afueras, en el de la Zarzuela.
Nos acercamos hasta el acordonamiento de las farolas. Lo que nos encontramos allí fue una estampa similar al visitar otro Palacio, el de Buckingham, con todo el ritual de caballos y pelucones soldados de rojo. Y llegamos a tiempo del cambio de guardia, luego descubrimos que eran cuatro pares de caballos los que seguían la tradición al menos no conocida por nosotros. Como sabíamos de los movimientos de la guardia real inglesa, la sorpresa no vino por ahí, sino por la emoción y simpatía de todo aquel público, esperando con su gran paciencia, para hacer los cambios de montura y guardias reales. Sabíamos que no eran animaciones turísticas sino soldados muy reales.
Dentro se celebraba el 40º Aniversario de la Firma del Tratado de Adhesión de España a las Comunidades Europeas desde aquel 1985 que permitió los Erasmus, la desaparición de fronteras y tantas otras cosas. Tras la espera, el Rey salió y saludó de lejos, pero sorprendió que aquellas familias y jóvenes disfrutaron del acto por fuera tanto como las autoridades, se presupone, por dentro. Dentro, Manuel Marín debía haber estado también allí.