Semillas de instituto
Se dice que pertenecemos al lugar donde pasamos algunos años de nuestra vida académica, concretamente al instituto. Y debe ser, porque por mucho tiempo que pase recordamos emociones y esfuerzos concentrados en estudiar, conectados al lugar mágico-trágico juvenil de educación secundaria. Siempre digo que los institutos son lugares donde parece que hubiera bombas de relojería listas para explosionar, por la cantidad de emociones que albergan, pero una vez que han pasado esos momentos cruciales, y se sale de allí, recordamos al instituto con tanto cariño que muchos de sus problemas quedan difuminados como pátina pegada al óleo en décadas.
Ese patinado te lleva al mejor recuerdo del profesorado con el que tuvimos el gusto de compartir aula, como ya dijo Cervantes, de cuyo nombre no quiero acordarme, solo por si alguno se sintiera molesto con mis comentarios. A saber: estoy hablando del IES Clavero Fernández de Córdoba de Almagro que ahora celebra feliz su cincuentenario.
Un profesor de allí me permitió, ya es permitir, dividir el libro de historia en tres partes, tantas como evaluaciones, nada de unidades temáticas, y salió bien aquello.
Otro me adentró en el Griego clásico, que a fuerza de no utilizarlo no se me quedó mucho ni para hablar ni para escribir. Pero sí me acuerdo de que un día trajo un libro suyo recién publicado de poesía y lo repartió entre el alumnado con gran ilusión ante nuestras caras circunspectas.
El profesor de Filosofía nos acostumbró a trabajar en pareja y tras ver el tema, hacía que explicásemos la materia desde el pupitre. Se empeñó, con fijación, que mi compañero y yo aclaráramos los temas, y hasta ponía cara de gusto, después volví a ver la asignatura en el Curso de Orientación Universitaria (COU), pero ya era otra filosofía.
El profesor de Latín se lo montó bien, un andaluz gracioso, con él entendimos mejor las desinencias y traducciones de aquellos personajes tan rocambolescos y romanos.
La profe de Francés era una linda dama a la que después he visto en mi ciudad, físicamente no ha cambiado, hice con ella lo que pude en aquel idioma, alguna vez confesé que debería haber estudiado Inglés. Y aún lo digo.
La encantadora profesora de Educación Física siempre fue amiga mía, me hizo correr el perímetro del instituto y dar la voltereta con más miedo que vergüenza. Recientemente, su marido me presentó uno de mis libros.
El de Matemáticas sufrió conmigo lo indecible, me ayudó horrores con aquellas ecuaciones y enigmas, y aprobé.
El de Religión lanzó un secreto en clase sobre su continuación que yo recordé el día de su muerte.
El de Expresión plástica me invitó a aplaudir texturas.
El de Física y Química nos llevó un día al laboratorio y hasta a un monte.
El profesor de Lengua Española y Literatura se sorprendió cuando llevé mis poemas premiados, me dio consejos que pongo en práctica.
Sentíamos identidad y pertenencia. No sabíamos que éramos semilla de instituto. ¡Clavero, felicidades!